El amor está presente en la vida de los humanos, se habla de él, se sufre por él. Está presente en la literatura, en el cine, está íntimamente ligado a la poesía. En gran medida las consultas que se nos hacen tienen algo que ver con el amor: unos porque aman demasiado, otros porque fracasan una y otra vez, otros porque no son correspondidos o porque no saben amar.
El amor y el trabajo son los dos temas fundamentales para cualquier persona a la hora de pedir consulta. Los pacientes llegan aquejados de los mal llamados estados depresivos, pero en cuanto empiezan a hablar surgen estos dos temas cruciales. El amor puede producir intensos momentos de placer y de alegría pero también estados muy dolorosos. Por lo que no se ama no se sufre.
Lacan dice en el seminario Encore “Lo que digo del amor es con toda certeza que no puede hablarse de él”. Es cierto que el amor se dirige al saber pero el saber fracasa al dirigirse al amor. Cuando se habla de amor no se sabe de qué se habla, y cuanto más se habla menos se sabe.
En la experiencia amorosa se hayan mezclados multitud de elementos: los ideales, la sexualidad… Sin embargo el amor no es el sexo. El amor tampoco es separable del odio, más bien forman una extraña pareja donde ambos se sustentan mutuamente. El dolor, el sufrimiento, la limitación y la falta están en el núcleo de eso que llamamos amor. El amor también tiene vinculación con el miedo, uno desea dejar de sentirse solo pero a la vez teme disolverse y perder su identidad en la vinculación con el ser amado. También se teme la transgresión sin la cual el amor es imposible, puesto que su esencia es el desafío a la ley. El amor es inseparable del mito. El hombre mitifica a la mujer pensando que ella sabe algo del amor, y ella lo mitifica a él para poder amarle.
A pesar de la dificultad para hablar del amor es evidente que insistimos en hacerlo.
Uno de los diálogos de Platón, escrito algunos siglos antes del nacimiento de Cristo, el Banquete, está enteramente dedicado al amor. Una serie de personajes se juntan para hablar del amor. Cada uno va exponiendo sus ideas acerca del amor hasta que le toca el turno a Sócrates. Este dice que todo lo que sabe sobre el amor se lo enseño una mujer, Diotima, ella es la que sabe algo del amor.
Diotima cuenta como Eros fue concebido durante una fiesta en homenaje al nacimiento de Afrodita. Allí se encontraba Poros, símbolo de la abundancia, que se duerme embriagado. Penía, que representa la pobreza, desea tener un hijo de Poros y para ello se acuesta con él y de esta unión nace Eros. Por haber sido engendrado en la fecha del nacimiento de Afrodita, el amor tiene una relación con lo bello. Por ser hijo de Poros y de Penía la riqueza y la pobreza lo acompañan, pero el amor no es ni rico ni pobre, porque lo que obtiene de pronto se le escapa de las manos. Su indigencia le hace desear cosas buenas y bellas, ya que quien no cree estar falto de algo no siente deseo. No es ni mortal ni inmortal, en un día puede estar lleno de vida y luego se extingue.
Vemos como el amor, ya en el mundo griego, queda relacionado con la falta y con el deseo.
Aunque el amor lo invade todo y hay muchos tipos de amor yo aquí me voy a ceñir al amor de pareja.
Para el psicoanálisis el amor ha sido fundamental. No solo desde el punto de vista teórico sino por la importancia que adquiere en la clínica al ser, como hemos dicho, uno de los problemas más acuciantes en ese sujeto que se dirige a nosotros pidiendo ayuda.
Freud, inventor del psicoanálisis, puso el acento en el carácter narcisista del amor. Para él uno ama en el otro lo que uno es o querría ser. El amor es un engaño que nos lleva a confundir al otro con nuestro Yo ideal. En el amor narcisista uno se ama a sí mismo.
El amor narcisista es una ilusión, es un tipo de amor que no alimenta el vínculo con el otro. Por eso si uno ama desde el narcisismo será un amor abocado al fracaso. Cuando se proyecta la propia imagen no se produce un encuentro con el otro, que es un ser diferente. Este tipo de amor se irá erosionando con el tiempo y acabará provocando la decepción. De ahí que cuanto más idealizado sea un amor, más probabilidades tendrá de terminar en decepción, porque el más mínimo borrón de una imagen idealizada lleva a la evaporación de la pasión amorosa, dando paso al odio y al rencor. El otro, antes idealizado, cae del pedestal y aparece en su realidad desnuda.
Freud pensaba que el amor era una repetición de los primeros amores que el niño había tenido con sus padres. Esto aunque puede darse, es decir que la pareja que uno elige lleve el rasgo que tuvo alguno de los padres, no tiene por qué ser siempre así.
Lo que sí vemos en la clínica es que cuando hubo falta de amor en la infancia se vuelve a la necesidad, y de ahí las problemáticas relacionadas con el comer de más o el no comer. Esto es fácil verlo en las frustraciones amorosas. También cuando el amor materno ha sido excesivo puede traducirse en el no comer.
Freud analizó algunas dificultades y complicaciones de la vida amorosa. Hay hombres que necesitan ver a su mujer como no toda suya para poder desearla. También algo muy frecuente en los hombres y que en estos tiempos empieza a aparecer en mujeres, es la disociación entre la ternura y el deseo sexual, hombres que a la mujer que aman no la desean y a la que desean no la aman. Otra complicación que analizó es la del secreto como condición erótica, esto más frecuente en la mujer.
Freud tuvo el mérito de desmontar el amor romántico y analizar lo que había de engaño ahí. No podemos olvidar que él vivió en una sociedad victoriana y puritana en la que se negaba el deseo sexual a las mujeres y tuvo el valor de decir que esas restricciones morales estaban causando un estado de nerviosidad en ellas.
Para decir algo nuevo sobre el amor hay que entrar en Lacan. Esta es una época diferente. La guerra ha terminado y después de tanta muerte hay una sensación de liberación y una alegría de vivir.
Lacan hace una limpieza y nada de lo que históricamente ha sido propuesto le convence. Empieza por relacionar el amor con la falta en ser, con una falta estructural.
Sin hacer teoría sobre el amor, sino recurriendo a los poetas, los pintores y los mitos, incide fundamentalmente en la idea de la imposibilidad de la completud, y convierte esta imposibilidad en una especie de brújula orientadora. Para él el amor es distinto a cualquier ideal de armonía concordia y conciliación.
Siempre hay incompletud, siempre hay un malentendido y el verdadero amor tiene que ver con aceptar esta falta de complementariedad. Por eso afirma que “la relación sexual no existe”, que es imposible formularla, pero a la vez esta imposibilidad es la que genera en el ser humano una búsqueda y una incesante actividad creadora.
Insiste en la vinculación entre el amor y el odio inventando una palabra, el “odioamoramiento”, y dice que no hay amor sin odio
Otra idea que nos trasmitió es que “amar es dar lo que no se tiene”. Esta frase tan enigmática conecta el amor con la falta. El que ama se muestra en falta, revela que hay algo que desea obtener en el otro, pero a la vez desea provocar en ese otro una falta similar, es decir que el otro también desee encontrar algo uno.
El hombre y la mujer son dos universos diferentes y desconocidos el uno para el otro, en los que no se habla el mismo idioma. Son dos modos de gozar totalmente diferentes y no son complementarios. El goce del hombre está caracterizado por lo fálico, el goce de la mujer participa de lo fálico pero ella puede tener un goce suplementario, un goce que le afecta en todo el cuerpo. No es que a las mujeres no les interese lo fálico, pero les interesa como medio para lograr el amor. La mujer teme no ser amada o perder el amor. El hombre lo que teme es perder lo que tiene, porque ha construido su masculinidad en base a logros. Así es la angustia de castración de uno y otro.
Hay mujeres que están dispuestas a llegar muy lejos en el sacrificio con tal de ser amadas y esto que a veces se interpreta como masoquismo, no lo es. No hay mujeres masoquistas, hombres sí. Sin embargo comprobamos con frecuencia los daños que produce este sacrificio.
Otras veces en esa búsqueda del amor, la mujer se presta a ser el semblante del objeto que provoca el deseo del hombre y queda alienada en ese semblante. Con frecuencia son modelos determinados por el modelo cultural, la publicidad o el mercado. Otras veces la mujer se aliena a un fantasma masculino y hace de hombre, funciona como un hombre con el consiguiente padecimiento para ella.
Ese goce suplementario que se puede dar en la mujer y que no se da en los hombres se trata de un goce extraño e incomprensible, tanto para los hombres como para ellas. La diferencia está en que ellas lo experimentan, al menos algunas. No es un goce ni parcial, ni localizado ni contabilizable como corresponde al goce del órgano. Este tipo de goce introduce la alteridad, lo extraño, lo diferente. En la antigüedad se relacionaba a la mujer con el mal, la mujer bruja, la mujer loca.
Hay un mito griego muy conocido que es el de Tiresias. Este fue castigado por los dioses durante años a ser mujer y después de esta experiencia los dioses le preguntaron por el goce de la mujer. Él respondió que la mujer goza diez veces más que el hombre, pero esta respuesta está hablando del goce masculino con su aspiración a contar, pero no refleja el goce de la mujer.
Más que de hombres y mujeres habría que hablar de posiciones masculina o femenina. Esto también es una aportación de Lacan sumamente útil para la comprensión de lo que nos pasa a hombres y mujeres. Un hombre puede estar en posición femenina y una mujer en posición masculina.
La posición femenina está más próxima a la falta. Para la mujer es difícil tolerar que el hombre se presente sin falta, por eso el odio aparece del lado femenino cuando no aparece la falta. Por el contrario el hombre tiende a no poder reconocer ninguna falta en sí. Por esta razón los hombres han acudido menos a las consultas, aunque esto está cambiando. Admitir que se está mal es más fácil para la mujer que para el hombre. Por tanto si la mujer necesita a otro en falta y el hombre no tolera la falta el desencuentro está garantizado.
Para el hombre es más fácil amar a la humanidad que a la mujer.
Los hombres están más en el ámbito del tener y las mujeres en el ámbito del ser y esto también genera desencuentro. La lógica masculina tiende a la uniformidad, la femenina tiende a singularizar. El hombre quiere gozar del cuerpo, ella de las palabras. El quiere el detalle fetichista, ella quiere una carta de amor. El las querría a todas, ella quiere ser la única. Para el hombre es más fácil separar el amor y el goce sexual. Para la mujer el amor es lo más importante. Son dos formas de abordar el discurso amoroso y de fracasar si pretenden llegar a ser uno.
La mujer corre el riesgo de quedar atrapada en una demanda de amor que se repite sin cesar porque ninguna respuesta pueda satisfacerla, puede pasar de un objeto amoroso a otro pensando que no es ese, no es ese y será cierto porque jamás será ese.
Por otra parte el hombre puede quedar atrapado por el fetichismo al abordar a la mujer parcializándola. Por esto para la mujer es difícil entender por qué la elige un hombre.
El amor que propone Lacan es un amor marcado por la diferencia radical, por la idea de que la complementariedad es un imposible. Mientras que para la ciencia y el capitalismo todo es posible, él hace de la imposibilidad una brújula. El encuentro con el objeto de la complementariedad es imposible, nunca es ese, porque está perdido de antemano. Lo que realmente existe es una especie de agujero que no es posible tapar ni siquiera con lo simbólico del lenguaje, pero con el que no nos queda más remedio que hacer algo, que inventar algo. Uno de estos inventos es el amor. Por eso decimos que el amor es una suplencia.
En el origen de los tiempos del sujeto, cuando se produce la entrada en el lenguaje ocurre una pérdida, necesaria para poder acceder al lenguaje. Ahí, algo del orden de la completud queda perdido para siempre y convierte al sujeto en una especie de exiliado de un lugar al que siempre añorará regresar. Se produce una pérdida que hace sufrir pero que a la vez es muy productiva porque gracias a ella nos convertimos en sujetos, en sujetos que estaremos constantemente intentando rellenar o hacer algo con ese vacío.
El amor es uno de estos intentos aunque no el único. Por ello podemos decir que el amor es el encuentro de las marcas que proceden de la historia del exilio de cada uno.
Para poder buscar lo que nos falta, hemos de poder aceptar que estructuralmente hubo un objeto perdido. Si esto no se produce y el sujeto no acepta que el otro no le podrá dar lo que busca, el amor es imposible, podrá producirse el enamoramiento pero no el amor.
El amor tiene que ver con la falta pero sucede en relación a un encuentro contingente, depende de la contingencia de un suceso, no hay necesidad natural alguna que determine el encuentro del amor. De pronto, en un momento determinado surge y de ese amor que aparece ahí, los enamorados no pueden decir nada, solo pueden declarar su amor.
Cuando sucede este encuentro la vida cobra sentido, uno se convierte en el sentido de la vida del otro, existe una razón para vivir. De ahí el sentimiento de alegría que se experimenta, porque el otro me salva del abandono y de la falta de sentido, por eso la búsqueda del amor puede pensarse como la búsqueda de sentido. Alguien me atribuye un significado nuevo y de este modo, el mundo también tiene un significado nuevo para mí. Este aspecto nos ayuda a comprender en parte el colapso que se produce en algunas personas cuando pierden al ser amado o son abandonados por él.
Ser elegido o elegir a alguien no es algo fácil. Para ser elegido se debe reunir determinadas condiciones, por eso decimos “no es mi tipo”, pero ese rasgo por el que elegimos es oscuro para nosotros mismos. Esto se debe a que las condiciones por las cuales uno elige a otro y surge el amor son inconscientes, son condiciones inconscientes que el sujeto desconoce.
Hace no tanto tiempo, amor y matrimonio estaban separados; los matrimonios eran elegidos por las familias en función de sus necesidades y posibilidades. El matrimonio era una necesidad para poder sobrevivir y para garantizar la descendencia, y esa no posibilidad de elegir en cierto modo tenía sus ventajas.
En la modernidad se da por hecho que existe libertad para elegir y consideramos que esto es un derecho y un logro y en cierto modo lo es, pero también tiene sus riesgos, como podemos ver en las frecuentes problemáticas amorosas con que nos encontramos.
Creemos que elegimos libremente pero esto no está tan claro y con frecuencia metemos la pata, elegimos una y otra vez el mismo tipo de pareja. ¿Por qué nos enamoramos de este y no de aquel que nos conviene mucho más? Lo hacemos porque elegimos en base a mecanismos inconscientes que no conocen ninguna libertad, por eso repetimos una y otra vez.
El inconsciente está poblado de inscripciones que están dispuestas a entrar en juego y el momento en el que se construye un vínculo, es una ocasión propicia para que se entrelacen los hilos que nos conducen al oscuro objeto del deseo. Las marcas de uno y otro se entretejen y cuaja el rasgo erótico.
Estas marcas pueden corresponder a impresiones muy tempranas, no accesibles al recuerdo, pertenecientes a ese tiempo anterior a la entrada en el lenguaje, a lo vivenciado, lo visto y lo oído en la primera infancia. También pueden ser marcas de otro tipo, como huellas pertenecientes a la historia de los antepasados.
Estas marcas funcionan como una especie de imán y nos llevan a repetir una y otra vez, de tal modo que las elecciones muchas veces poseen las mismas características, elegimos lo mismo una y otra vez. A veces el propio sujeto se da cuenta de su tendencia a repetir y esto le desespera y le hace sufrir. Estamos hablando de la neurosis y solo el trabajo de un análisis permite ir reconociendo estas marcas y nos protege de la desorientación que causan.
Estas marcas también tienen que ver con lo que uno ha ido inventando para rellenar esa imposibilidad de la que venimos hablando, que se experimentó tempranamente y sobre todo en la adolescencia, momento en el que uno no sabe qué hacer con el sexo y no le queda más remedio que inventar algo para poder abordarlo. Estos inventos que hemos ido haciendo es lo que a veces llamamos “destino” porque sentimos que nos empujan y nos determinan y no nos dejan libertad.
El enamoramiento es una experiencia de la que todos hablan pero difícil de comprender. Se trata de un afecto amoroso intenso, se habla de flechazo, amor, pasión o excitación. Es una especie de locura transitoria. Es la dimensión más imaginaria del amor y está apoyada en los mecanismos narcisistas más arcaicos.
El amor por el contrario incluye un espacio de desencuentro, ya que supone la aceptación de la distancia, de la no coincidencia y de la no posesividad entre dos seres
Aunque se sabe de su brevedad y se produjo por una contingencia, se desea convertir en un estado permanente anulando lo perentorio que lo caracteriza. Así como el amor puede ser estable y duradero, el enamoramiento es perecedero por naturaleza. En nuestra sociedad se considera que estar enamorado es un bien, un estado ideal y el enamorado desea que nada cambie nunca. Pero el enamoramiento puede dar lugar a algo duradero solamente si entra en juego el principio de realidad y la diferenciación entre el otro imaginado y el otro real.
El descentramiento de sí y la posesividad son dos caras de la misma moneda. Los enamorados imaginan haber encontrado un antídoto contra el vacío, aunque nadie llene nada, y eso les llena de dicha, pero a la vez experimentan la indefensión, el desamparo y la angustia ante la posibilidad de la pérdida y de la ausencia del amado.
El enamorado se descentra de sí, el centro de gravedad no está en sí mismo sino en el otro y ello engendrará tanto la plenitud como el dolor. El enamorado anula la temporalidad, quiere que su amor sea eterno; tiene la sensación de que lleva con el amado toda la vida y que siempre estuvieron juntos. La presencia del otro anula el tiempo y el espacio pero su ausencia hace surgir el dolor y la angustia.
Por esto la posesión del otro se convierte en una meta y este deseo de posesión que pretende la satisfacción duradera, puede llevar a que la pasión amorosa entre en un círculo mortífero y dañino. La posesividad aspira a borrar el dolor de la separación y se produce un avasallamiento de la autonomía del ser amado, un impulso a poseer su cuerpo y su alma. Se deja de pensar en el otro como alguien diferente.
Pronto se descubre que el amado no es apropiable y ello despierta la violencia. El deseo de dominación y de control hace que los niveles de violencia habituales en todo vínculo humano se superen y el enamorado acaba dañando al amado.
Contra este riesgo, solamente la elaboración de la soledad, inevitable, de cada cual, la tolerancia al vacío, el procesamiento de un espacio fuera del sujeto y la elaboración de la temporalidad, podrán frenar el daño que produce el ansia de posesión y se podrá procesar la alteridad permitiendo al amado ser un otro. Los vínculos serán diferentes en función de que la diferencia con el otro esté anulada o no.
Hay parejas inseparables, que coinciden en todo, trabajan juntos, dan una imagen completa y homogénea. En ellas hay un predominio de funcionamiento narcisista donde el vínculo es el ideal. Son parejas adictivas en las que el otro se convierte en el instrumento de satisfacción directa de lo pulsional y esta voracidad encierra el riesgo de anular el deseo.
Otras parejas, por el contrario, incluyen un registro de la separación y de la diferencia. Hablan de dificultades incluso al inicio de su relación. En ellas hay una distancia que les separa del ideal y que les abre posibilidades de cara a la continuidad.
Según se haya constituido el vínculo, quedará esbozado el modo en el que se procesará el desenamoramiento y el odio que suele acompañarlo. En el desenamoramiento los caracteres del partenaire que han sido negados para favorecer la idealización reaparecen bruscamente como algo que produce una quiebra. Se pierde la fascinación, surgen espacios vacíos en contraposición a la imaginaria plenitud anterior. Aquí muchas parejas se quiebran. Otras son capaces de acceder a un nuevo tipo de encuentro. Ahora cada uno reaparece como diferente, ya no se trata de un “nosotros fusionado”, sino de un nosotros que incluye la diferencia y el conflicto.
Otra forma de evitar el dolor puede ser la instalación de un vínculo basado en la alienación, es cuando un yo es pensado por el otro, en estos casos uno de los dos se automutila. Uno desea alienar y otro se deja alienar. De esta manera la duda, el duelo y el conflicto quedan fuera de juego.
La vida de una pareja requiere de reorganizaciones en algunos momentos críticos de la vida, como el embarazo, los nacimientos, las enfermedades, las mudanzas, el paso del tiempo etc. Son momentos que van a conmover la trama que esa pareja ha creado. De pronto surge una extrañeza que pone de manifiesto que se ha disuelto la mascarada del amor. Aparece a la vez lo familiar y lo desconocido, desatando el estado angustioso que genera lo siniestro, esto va a recaer sobre el otro provocando un sentimiento de rechazo radical. La consecuencia es un enloquecimiento del deseo. Sabemos que lo que no está atravesado por la palabra se desborda en la motilidad y se vive como descontrol, como una forma de estar “fuera de sí”. En estos momentos puede aparecer el acting que no es otra cosa que un intento desesperado de recuperación.
Este retorno de lo traumático que toda pareja en algún momento debe afrontar puede derivar o bien hacia nuevas articulaciones, que guíen el goce hacia lo erótico, o de lo contrario hacia la degradación.
Hay parejas que ya desde el principio tienen poca consistencia y cualquier perturbación desencadena el estallido y la fragmentación, de tal manera que el vínculo queda capturado en un goce enloquecedor.
Freud decía en su obra “El malestar en la cultura” que tendemos a evitar el sufrimiento y que para ello hay diferentes estrategias. Unos relegan la ganancia de placer y otros buscan la satisfacción sin restricciones. Señala también que en los vínculos se localiza la principal causa de nuestras desdichas.
Solo hay dolor cuando hay un fondo de amor. Cuanto más se ama más se sufre. Por eso la pérdida del ser amado o la pérdida de su amor pueden provocar una auténtica conmoción. El dolor puede llegar a hacer de muralla frente a la locura, porque a veces en estos casos, se llega a sentir un temor a volverse loco.
El dolor psíquico es dolor de separación y con más razón cuando la separación es una pérdida. La pérdida de un ser querido es la prueba más ilustrativa para comprender el dolor mental. Pero también puede serlo un abandono o una traición.
En estos casos es preciso un trabajo de duelo, que el sujeto puede realizar solo, o bien requerir la ayuda de alguien que con su escucha le acompañe en este recorrido. El duelo es un proceso de desamor que supone comenzar a amar a la persona desaparecida de otra manera. Se trata de lograr una aceptación serena de su ausencia, deshaciendo poco a poco lo que se había anudado. Cuando el duelo no se realiza el sujeto se queda congelado alrededor de una imagen y esto le impide poder sustituir al objeto perdido por otro sin que esto implique olvidar al primero.
Freud dice que el doliente sabe a quién ha perdido pero no sabe qué perdió, porque no sabemos que representaba en nuestro psiquismo ese objeto perdido o ese amor.
Nos preguntamos por el amor en la actualidad. ¿Ha cambiado el amor o sólo han cambiando las formas en las que se expresa?
El capitalismo promueve acaparar el máximo de goce posible, usar y tirar. Lo valioso es lo nuevo, hay que renovar constantemente para mantener el deseo. El bien reside en lo nuevo, en lo que no poseemos, la nueva pareja, la nueva sensación. Se multiplican los contactos pero escasean los encuentros auténticos. Se piensa que si no se cambia constantemente de pareja no es posible mantener el deseo.
Es una época de permisividad con respecto al goce. Se transmite que todo es posible. Por eso cuando los sujetos no consiguen todo eso que se publicita como posible, caen en la impotencia y en la angustia y muchas veces para salir de ahí se dedican al consumo compulsivo de objetos, encuentros o experiencias.
En este estado de cosas la afirmación de Lacan de que “El amor permite al goce condescender al deseo” es de suma importancia, porque eso lo que quiere decir es que el amor posibilita anudar deseo y goce. El intento actual de reducir la sexualidad a un hecho de necesidad biológica hace que cada vez más, los hombres y mujeres se encuentren perdidos y desorientados respecto a su manera de desear y de gozar.
Otro rasgo de nuestro tiempo es la concepción del hombre como autónomo e independiente. Predomina la imagen del hombre que se construye un nombre a sí mismo, sin ninguna deuda simbólica con aquellos que están en su origen. Es una concepción narcisista que promueve el culto a la propia imagen fomentando el fantasma de la libertad y de la autogeneración. Es una versión perversa de la libertad, que nos hace creer en la posibilidad de que se puede hacer todo lo que se desea, aunque por otra parte nunca hayamos estado tan sometidos a las leyes del mercado. Todo lo podemos elegir y decidir, por lo tanto si no somos felices es nuestra culpa porque no hemos elegido bien. La autorrealización ha pasado a ser un valor fundamental y las aspiraciones personales son ineludibles y están por encima de todo.
El deseo hoy día está ligado siempre al nuevo encuentro, al nuevo objeto, a la nueva sensación. Se valora lo que no se posee en vez de lo que se tiene. Por eso el amor que perdura, ofrece una resistencia a este aspecto corrosivo del goce como fin en sí mismo y abre la posibilidad del encuentro de lo nuevo en lo conocido.
Estas características de nuestra vida moderna, pueden llevar a idolatrar la vida amorosa. Se comprende la preocupación por la existencia del amor, pero a la vez se exige que esta vida amorosa no entre en contradicción con la sobrevalorada realización personal. Se idolatra al amor pero a la vez se le exige demasiado, se espera todo de él y del partenaire.
En una época marcada por el individualismo, en la que los individuos se sienten encerrados en sí mismos y se promueven las satisfacciones por los objetos de la técnica, es comprensible la preocupación por la existencia del amor. Se promueve el sexo en solitario para hacer creer al sujeto en su autosuficiencia, se trata de un autismo de goce.
Cuando los pacientes llegan a nuestras consultas nos hablan del sufrimiento que sienten en relación con la precariedad del amor. De ahí el concepto de “Amor líquido” que tan acertadamente utilizó Zygmunt Bauman para hablar de la falta de consistencia característica en nuestro tiempo. Se constata una decadencia en los lazos entre los sujetos y fundamentalmente en lo que respecta a los lazos amorosos.
¿Qué alternativas se nos ofrecen?
Hemos dicho que el amor es la suplencia ante la inexistencia de complementariedad. En esta época de crisis, lo difícil es que surja el amor siendo conscientes de que no vamos a encajar. No existe una fórmula mágica, pues el amor nace con la marca del azar. Cuando los sujetos se desprenden de los modelos que imperan, se abre la posibilidad de un encuentro auténtico que les permitirá acceder a una satisfacción nueva. Esto, sin garantizar ningún tipo de felicidad, hará que las razones para vivir sean más dignas y auténticas porque serán las propias.
Se trataría de un nuevo tipo de amor que conoce la imposibilidad pero a la vez puede sostenerse en ella, y en lo más propio y singular de cada uno. Hombres y mujeres, que habiendo abandonado la ilusión del ideal, encuentran la posibilidad de lograr algo “feliz” no dando la espalda al encuentro contingente que encendió la chispa del amor.
De este modo quizá habría menos agresiones, porque la violencia de género es una manera trágica de vivir la imposibilidad, es la manifestación de la falta de recursos para manejarse con ella. El hombre frente a la mujer, que representa lo ajeno, lo extraño, lo incomprensible, enloquece y no sabe qué hacer con eso. La manera de gozar, de pensar, de sentir del hombre, no le sirve para abordar lo extraño que encuentra en la mujer y como no hay nada que le oriente pasa al acto, a la agresión.
La violencia de género es un tema preocupante, pero no nuevo. Lo que sí es una novedad es la forma de abordarlo. Para poder convivir hay que domesticar la violencia y la destructividad. Pero las leyes no pueden erradicar totalmente el mal. El Estado ha tratado de poner freno a la violencia pero se demuestra que no es suficiente. Pretender erradicar la violencia totalmente implica no aceptar la violencia originaria, constitutiva de la subjetividad y de la civilización. Posiblemente aceptar esto aportaría perspectivas más claras. Se está haciendo un abordaje basado en algo educativo y adaptativo tanto del agresor como de la víctima, que ignora las causas y no se hace preguntas. Porque es evidente que hay algo que insiste. No solo reincide el agresor sino también la víctima y ello sin ninguna duda invita a una reflexión.
Tertulias Actualidad Pensamiento Psicoanálisis
León 18 de febrero de 2020
Mª Dolores Navarro Iniesta